I
Próximo el ocaso, los Unitmon, pequeñas
esferas protoplásmicas creadas a partir de la base original de datos del Mundo
Digital, se reunieron, filtrando sus cuerpos gelatinosos por entre las grietas
de aquel antiguo templo que les servía de última morada. Quedaban pocos de
ellos, y el número iba en descenso. La vida digital también tiene límites, y
los límites de éstas existencias, a diferencia de la base secundaria, vivía en
línea recta y no en círculos. Una vez la depuración daba inicio, el deterioro
de sus datos terminaba en la eliminación[1].
–Se acercan tiempos difíciles. ¿Lo sientes?
–Lamentablemente.
Al reunirse en la grieta, todos formaban una
sola base, propia y ajena al exterior. Cada voz resonaba distinta y a la vez
similar, en un canal privado; telepatía, o una colonia mental.
–¿Tienes miedo?
–Todos estamos asustados.
–Sí, es verdad.
–Hemos visto a las estrellas extinguirse,
constelaciones nacer y galaxias expandirse. Sin embargo son sólo ilusiones que
Yggdrasil ha plantado en los límites del cielo. Nada allá espera por nada, y
aún así, trasmite mensajes.
–Maravillas incomprensibles.
–Misterios que jamás nos serán revelados.
–Augurios de peste y malogración.
–Si nos mantenemos juntos viviremos lo suficiente
para…
–Paren de seguir aferrándose a las ilusiones.
Ha llegado nuestra hora y no podemos detener lo inevitable…
–Pero podemos aplazarlo.
–¿De qué servirá?
–Para lo que sea que las estrellas nos
deparen. Mira, ahí… ha cambiado de lugar.
–Es verdad, se reacomodan.
–No significa nada.
–Favorece una teoría.
–Leyenda, querrás decir.
–Lo que sea… podemos perdernos uno a uno o
desaparecer juntos. Ustedes deciden. También estoy aterrorizado con los
acontecimientos venideros que se nos han mostrado, y a ello propongo continuar
así, unidos, y esperar.
Se hizo un breve silencio.
Expectantes contemplaron el astro descender a
lo lejos. El plano digital es estático y todo gira torno. Ángeles y demonios se
enfrentan en alguna parte, en otro se cierran ciclos y nuevos inician, los
altos mandos callan y esa tierra perece…
La voz fue unánime:
–Esperaremos pues.
II
*Fiush*
–¿Escuchaste eso?
–¿Qué?
*Fiush*
–¡Eso!
–¿Qué sucede?
–Ni idea… al parecer alguien escuchó algo.
*Fiush*
–Ahí está de nuevo.
La masa protoplásmica emergió lentamente de
las grietas del templo, dividiéndose en decenas al quedar a la intemperie,
curiosas, movidas por el miedo, miraron expectantes el cielo nocturno en el que
verdosos haces de luz convergían en una vorágine de información.
–Se trata de un portal. –Dijo el más viejo de
los Unitmon.
–¿Un portal?
–Imposible, nadie aparte de los Royal Knight
conocen la ubicación exacta del templo.
–A eso me refiero. –El viejo Unitmon se
adelantó por el sendero. ¿Con qué motivo, en aquel momento…?
–¡Las señales! –Exclamó el más joven de
ellos. –A eso debieron referirse las señales.
Su entusiasmo fue recibido con hostilidad. El
joven Unitmon se escondió en el resto. La frecuencia de sus pensamientos lo
delataba, pero nadie le miró, todos estaban concentrados en el portal, y lo que
emergía de él.
–Ese es…
Tórridas brisas en espiral descendieron del
agujero en el cielo, y entre el fuego incoloro se digitalizó una figura. La
negra armadura resquebrajada, y el dorado plumaje raído de las alas de
Alphamon, enredadas en los harapos de su capa, reflejaban un grotesco
resplandor primitivo, amenazante, vivo.
Del extremo opuesto se escuchó un tormentoso
lamento.
Los tentáculos de luz aferrados a la armadura
tiraban de él para devolverlo al lugar de donde saliere; a esa nada oscura y
punzante; la poca resistencia impuesta por Alphamon se antojaba lamentable, de
un animal moribundo que niega su final y se esfuerza en continuar sus
empedernidas costumbres.
¿Por qué no se resistía más? Los daños en su
armadura, por graves que parecieran, a distancia corta se veía lo superficiales
que en realidad eran, aunque poco a poco agravaba el daño; pronto serían cosa
seria, pero hasta entonces, tenía oportunidad de contraatacar, oponer mayor
resistencia.
El más viejo de los Unitmon le vio cerrarse,
adoptar la posición fetal para proteger algo, o a alguien.
–¡Tenemos que ayudar! –Gritó en el instante
que los vio.
–¿Cómo? –El grupo de jóvenes estaba inquieto.
–¡Rápido, en círculo!
Los Unitmon, torpes, presurosos, se agolparon
corno al cilindro de luz, fundiéndose en un aro de luz dorado.
Suspendido en el medio, Alphamon observaba.
Sus ojos expresaban una lasciva hostilidad, de estar en presencia de enemigos
que en algún punto fueron aliados, o aliados que en cualquier punto serían enemigos.
Se agitó frenético en la vorágine. Regresa al infierno en los cielos o
desciende a la duda terrena. Los ojos inexpresivos, las luces negras que
orlaban el anillo de luz dorada, desaparecieron. Cadenas ascendentes de los
símbolos antiguos arreciaron la fuerza de expulsión del portal y Alphamon cayó
pesadamente. Una de las alas se partió por la mitad, desperdigando plumas
calcinas en el camino de roca.
Otro grito. Un quejo demencial expulsado en
el extremo opuesto de la puerta.
Los Unitmon deshicieron la formación y, sin
la fuerza conjunta, el portal se cerró.
De las quince esferas protoplásmicas, sólo
quedaron nueve; los más viejos se diluían en polvo contra el viento.
–Lamento que tuvieran que hacer eso; lamento
lo de sus amigos.
Los desconcertados ojos de Alphamon seguían
apuntando la duda en las esferas que se acercaban curiosas a él. Sus palabras
sonaban vacías e indiferentes.
–¿Qué fue eso? –Preguntó el Unitmon del
impulsivo arranque por las señales. –Lo que había al otro lado…
–Se sentía como un Digimon, pero…
–Su información, el código…
–Era demasiado primitivo.
–No me queda mucho. –Dijo Alphamon,
emprendiendo una torpe marcha al templo.
El dorado de sus alas, vueltas en ceniza, se
quebraba al simple roce de las brizas matinales. La fragmentada armadura caía a
lo largo del sendero con cada pesado paso que daba. Cascadas de información
ascendían, desvaneciéndose.
–No me queda mucho. –Repitió, apretando ambos
brazos al pecho, ahí donde los restos andrajosos de la capa hacían bulto. –Debo
depositarlos o desaparecerán.
Los pasos resonaban en la vasta isla del
Santuario. El Templo de los Royal Knight se erigía a menos de diez metros, pero
el cansancio, la estridencia del dolor y la perdida de datos le produjeron un
vértigo que multiplicó la distancia en miles. Están a salvo. Pensó. Ahora
lo están, pero se avecina lo peor, tendrán que estar listos para afrontarlo.
Tendremos –se corrigió–, tendremos
que estar listos para afrontar a nxOS.
Los Unitmon se miraron, horrorizados. Sí,
conectaban con cada forma de vida digital, y Alphamon lo sabía, de hecho, era
su plan que los Unitmon oyeran su frecuencia, que estuvieran al tanto de sus
pocos conocimientos sobre esa forma de vida, ese feto en el medio de los
mundos. Y sentía drenar la información: cada pensamiento, cada idea, cada
pesquisa, las reuniones privadas de los Royal Knight a lo largo de esos años,
la constante vigilia de ese tercer espacio, la oscuridad, el abrumador poder
que manaba de la fuente. Todo se descargaba en las mentes conjuntas de los
Unitmon. Algunos de ellos se alejaron temblando; gelatinas tambaleantes que
rodaban al amparo de las grietas con cada nuevo pinchazo de información
suscitada por el inconsciente de Alphamon.
Protéjanlos.
Murmuró la voz en su mente. Cuiden de ellos hasta que llegue el momento
de regresar la vida a la terminal portátil.
Trabajosamente subió los peldaños de roca al
interior del gran círculo. Las inertes miradas pétreas de sus camaradas caídos
se hallaban sobre él, compasivas. Presentó sus respetos con una ligera reverencia,
en una inclinación menor a treinta grados, lo máximo que le permitió ese cuerpo
magullado que se transformaba en cenizas.
Una pesada placa se hizo añicos al impactar
en las baldosas. El golpe sordo, sin masa, y el siseo del polvo arrastrado por
el viento.
A pesar del amplio interior del templo se
sintió claustrofóbico en la colorida oscuridad. Los rostros deslucidos de un
recuerdo labrado era lo que quedaban de la mayoría de sus compañeros. Atrás los
Unitmon restantes, los que no se ocultaron, se arrastraban contemplativos.
Alphamon se tragó el miedo y continuó su
deber.
Frente a cada monolito se hallaba un pedestal
con una muesca esférica, los cuales se bañaban en las luces del alba que
absorbía el cristal que coronaba el templo, y que desparramaba desde cristales
fragmentarios puestos exactamente a medida sobre cada nicho; uno de ellos
presentaban doble muesca; quince haces de luz multicolor, un místico arcoíris
en la penumbra.
Se acercó al nicho doble, el de Omegamon, y
depositó los DigiEggs. Acarició las superficies rasposas; sintió efervescer la
vida dentro. Después se dirigió al de UlforceVeedramon, y repitió el ritual de
despedida y futuro reencuentro. Se levantó con dificultad, haciendo un acopio
de fuerzas, avanzando con torpeza a su propio pedestal.
–Los dejo en sus manos. –Dijo al ahora más
viejo de los Unitmon. –Manténganse vivos.
Un gesto, lo que se tomaría a una sonrisa, y
un “lo siento” en los ojos de Alphamon fueron el mensaje final del último de
los Royal Knight.
Hasta el próximo renacimiento.
III
La armadura abandonó a pedazos su cuerpo
deshecho; los datos escaparon; la información se desvanecía abriendo paso al
alivio interno de haber cumplido su misión. El viejo Unitmon, inalterado, hizo
una seña en la frecuencia y los jóvenes le siguieron fuera. No había nada que
hacer ahora que se cerraba un círculo, sólo les quedaba seguir adelante,
preguntándose cuantos seguirían en la carretera para cuando sonara la sirena de
incendios y tuvieran que despertar a los pequeños.
¿Tendrían fuerza? ¿Serían los suficientes?
El cielo purpúreo del amanecer, muy hermoso,
en el que cables de información unían los distintos continentes del Mundo
Digital al núcleo, el sol y luna, estático en todos los horarios, les hizo
temer. Temer a la belleza de lo extraño, a la advertencia, y la impotente
sensación de errar.
El viejo Unitmon abrió la frecuencia para
consolar a sus hermanos, pero sólo dos palabras fueron articuladas en su psique,
como señal de alerta.
–Esperemos pues.
[1]
Podríamos decir que el Mundo Digital no admite programas externos, y ellos, al
ser formas residuales del primer Mundo Digital, son forasteros en tierra
hostil, a los que Alphamon permitió custodiar el mausoleo de los Royal Knight.